Los decrépitos abogados
Los decrépitos abogados de negro aparecen en tres momentos fundamentales relacionados con el poder: antes, durante y después de que el coronel Aureliano Buendía se convierta en un tirano omnipresente. Dos de estas tres apariciones se relacionan con las vivencias mismas del coronel en su participación en las guerras entre conservadores y liberales. La última, a la cual prestaremos especial atención, acontece con la llegada de la compañía bananera a Macondo.
La Guerra entre Conservadores y Liberales
Uno de los ejes estructurales más importantes de Cien años de soledad gira en torno a las guerras civiles entre conservadores y liberales. Guerra en la que el coronel Aureliano Buendía se involucra, llegando a ser uno de sus actores más relevantes. Aureliano se hace parte de la guerra porque se despiertan en el sentimientos de antipatía por injusticias; cometidas por el gobierno conservador. Las que presenció por ser yerno de Don Apolinar Moscote, corregidor de Macondo.
Apolinar Moscote ordena el decomiso de machetes y cuchillos, armas de cacería y otras herramientas domesticas para “probar” que los liberales se estaban preparando para la guerra. Luego comete un fraude electoral al reemplazar las papeletas de la urna a favor de su partido. Aureliano, en ese entonces, no tiene pasiones políticas (como nadie en Macondo). Ni siquiera entiende las diferencias entre ambos bandos. Si se relaciona con los liberales es porque “si hay que ser algo, sería liberal, porque los conservadores son unos tramposos”. El hecho que determina que alguien tan tranquilo y austero como Aureliano Buendía se transforme eventualmente en un gran “coronel”, es el descubrimiento de la injusticia y la barbaridad por el asesinato a culatazos de una mujer en plena calle por cuatro soldados, no por pretensiones políticas.
El político
Ya convertido en una de las figuras más prominentes del bando liberal, luego de su fallido fusilamiento, el coronel comienza a caer en la cuenta del vacío de la guerra. Esto es, que no se está peleando por los ideales sino por el poder: «Estamos perdiendo el tiempo -se quejaba ante sus oficiales-. Estaremos perdiendo el tiempo mientras los cabrones del partido estén mendigando un asiento en el congreso». En este contexto, el coronel evoca:
“la imagen de los abogados vestidos de negro que abandonaban el palacio presidencial en el hielo de la madrugada con el cuello de los abrigos levantado hasta las orejas, frotándose las manos, cuchicheando, refugiándose en los cafetines lúgubres del amanecer, para especular sobre lo que quiso decir el presidente cuando dijo que sí, o lo que quiso decir cuando dijo que no, y para suponer inclusive lo que el presidente estaba pensando cuando dijo una cosa enteramente distinta”.
Razonamiento Legal
La unión entre este recuerdo y los sentimientos del coronel no es antojadiza. El trasfondo de esta evocación implica un reconocimiento de los oscuros juegos de poder derivados de la especulación y la (mal)interpretación posible de todo lenguaje. El pasaje, claramente jocoso, pone de manifiesto cómo el abogado se vuelve un personaje destinado a leer constantemente entre líneas: obsesionado con las palabras y consciente de que todo lenguaje puede ser trastocado. Se encuentra en permanente búsqueda de sentidos periféricos que se adecuen a sus pretensiones, obviando, en definitiva, cualquier intención comunicativa tanto como emisor o receptor. Su labor entonces no es la de hacer valer la Justicia, sino interpretar el derecho de la mejor forma para sus fines, es decir, narrar los hechos en conformidad a la ley, o la ley en conformidad a los hechos.
En el razonamiento del abogado, entonces, se trata no de permanecer en la verdad sino en la verosimilitud, en la conveniencia, la ley es su norte, su molde, todo debe adecuarse a ella:
- Lo que no se adecua, se omite;
- Si no puede adecuarse, se esconde;
- Lo que no es, se especula.
Todas estas son formas de estar incomunicado, alejado de la realidad.
La imagen de los abogados
Para el coronel, entonces, la imagen de los abogados es la representación misma de la lucha por el control político a través del lenguaje: una pérdida de tiempo sólo destinada a aspiraciones de poder, no al cumplimiento de los ideales que, se supone, mueven tales aspiraciones. Por ese motivo, él mismo desdeñará a los políticos de su partido, tomando cada vez más control de su bando, convirtiéndose eventualmente en un tirano omnipresente, extraviándose, paradójicamente, en la soledad de su inmenso poder.
Desarrollo
En este escenario, vuelven los abogados representando ahora a una comisión del partido liberal autorizada para discutir “la encrucijada de la guerra”. El coronel no se inmuta:
“-Llévenlos donde las putas -dijo.[…] Al fin y al cabo, yo sé lo que quieren”
Precisamente, el coronel sabe por qué están ahí, porque sabe lo que representan. Al manifestar estos abogados sus propuestas, totalmente contrarias a los ideales liberales, se da el siguiente diálogo:
“-Quiere decir -sonrió el coronel Aureliano Buendía cuando terminó la lectura- que sólo estamos luchando por el poder.
-Son reformas tácticas -replicó uno de los delegados-. Por ahora, lo esencial es ensanchar la base popular de la guerra. Después veremos.
Uno de los asesores políticos del coronel Aureliano Buendía se apresuró a intervenir.
-Es un contrasentido -dijo-. Si estas reformas son buenas, quiere decir que es bueno el régimen conservador. Si con ellas logramos ensanchar la base popular de la guerra, como dicen ustedes, quiere decir que el régimen tiene una amplia base popular. Quiere decir, en síntesis, que durante casi veinte años hemos estado luchando contra los sentimientos de la nación.”
Ya convencido de este contrasentido, de su propio contrasentido, se vuelve el mejor guerrero de todos para provocar la paz entre los bandos. Ya no pelea por consignas que los políticos podían dar vuelta al revés y al derecho según las circunstancias, pelea para obtener su propia liberación. Acabada su carrera militar, luego de firmar el tratado de Neerlandia que decretaba el armisticio entre ambos bandos, se dispara en el pecho. Tal vez porque ya no le queda corazón, sale ileso.
La Compañía Bananera
Ahora bien, aquí no terminan las andanzas de estos personajes. No, muchos años después, ya en tiempos de Aureliano Segundo y José Arcadio Segundo, los decrépitos abogados de negro vuelven a Macondo como apoderados de la compañía bananera, empresa constituida por el gringo Jack Brown; vuelven para desvirtuar los cargos de incumplimiento de obligaciones laborales de la compañía “con arbitrios que parecían cosa de magia”.
La notificación del pliego
Una vez firmado el pliego de peticiones unánime de los trabajadores, se hace imposible notificar al señor Brown, porque escapa. Los macondinos logran, por astucia, que uno de los directivos la firme. Sin embargo, los abogados “demuestran” en el juzgado que aquel hombre no tenía nada que ver con la compañía y, para que nadie pusiera en duda sus argumentos, lo hacen encarcelar. Más tarde, el señor Brown, es sorprendido viajando de incógnito en un tren y le hacen firmar otra copia del pliego de peticiones.
Al día siguiente comparece ante los jueces con el pelo pintado de negro y hablando en perfecto castellano:
“Los abogados demostraron que no era el señor Jack Brown, superintendente de la compañía bananera y nacido en Prattville, Alabama. Sino un inofensivo vendedor de plantas medicinales, nacido en Macondo y allí mismo bautizado con el nombre de Dagoberto Fonseca. Poco después, frente a una nueva tentativa de los trabajadores, los abogados exhibieron en lugares públicos el certificado de defunción del señor Brown, autenticado por cónsules y cancilleres, y en el cual se daba fe de que el pasado nueve de junio había sido atropellado en Chicago por un carro de bomberos.
Golpe jurídico
Finalmente, “los ilusionistas del derecho”, para dar el golpe de gracia, demuestran que las reclamaciones carecían de toda validez, simplemente porque la compañía bananera no tenía, ni había tenido nunca, ni tendría jamás trabajadores a su servicio:
“se estableció por fallo de tribunal y se proclamó en bandos solemnes la inexistencia de los trabajadores”.
Derecho y Magia
Gran parte de lo que constituye el Derecho puede compararse con la magia. Como bien advierte García Márquez en estas tragicómicas escenas. Por una parte, el Derecho se manifiesta por medio de ritualidades y procesos que cumplidos dan fe suficiente de que se han producido verdades.
Estas ritualidades e instrumentos son importantísimos (más importantes que la sustancia que les sirve de base), y están dotados de gran poder. Las palabras que se utilizan son igualmente esenciales ya que en caso de no ser bien pronunciadas no producen efecto alguno. El conocimiento del Derecho es el conocimiento de estos encantamientos, hechizos y conjuros; fórmulas mágicas que producen efectos mágicos, a pesar de toda realidad, o mejor dicho, en esa otra realidad que es la jurídica, una realidad donde el papel vale más que los hechos.
Por otro parte, el mago es el maestro de la ilegalidad. El mago es mago siempre y cuando no se detecte su ilusión; la magia es el arte del engaño, enseña que la ilegalidad es posible mientras no sea descubierta. El mago es quien engaña y reina sobre su engaño porque nadie puede descifrar cómo pudo engañarnos. El Derecho comparte con la magia el atributo de la ilicitud. Pensando en esto, pongamos atención a la siguiente cita de Michel Foucault:
“La ilegalidad no es un accidente, una imperfección más o menos inevitable. Es un elemento absolutamente positivo del funcionamiento social, cuya función está prevista en la estrategia general de la sociedad. Todo dispositivo legislativo ha dispuesto espacios protegidos y provechosos donde la ley puede ser violada, otros donde puede ser ignorada, otros, finalmente, donde las infracciones son sancionadas. Llevado al límite, diría de buena gana que la ley no está hecha para impedir un tipo de comportamiento u otro, sino para diferenciar las maneras de desviar la misma ley”
Gran parte de las habilidades propias de los buenos abogados consiste en detectar estos espacios de ilegalidad que no son sancionados, que no pueden ser sancionados si se sabe bien como ocultarlos, como mantener el embrujo. En la jerga común se les conoce, de hecho, como triquiñuelas legales, en definitiva son trucos, trucos de magia. Muchos abogados se destacan en sus profesiones por practicar exclusivamente este tipo de magia,
manteniendo el ilícito oculto, a salvo de consecuencias negativas.
Los decrépitos abogados de negro, representan magníficamente todas estas formas de magia jurídica.
En la representación de los decrépitos abogados de negro como personajes de Cien Años De Soledad, podemos apreciar que no tienen rostro alguno, ningún atributo físico o psicológico. Más allá de la negrura y la decrepitud, no hay descripciones de ellos, no sabemos nada de sus aspiraciones, motivos, vidas, gustos, emociones. No sabemos nada.
El uniforme del abogado
De hecho, la iconografía común, caracterizada en este caso por el negro, los deja reducidos a un terno. El Terno es el uniforme del abogado, como la bata blanca es el uniforme del médico. Mientras que la bata en su blancura comunica higiene y limpieza; el terno, que suele ser blanco y negro, brinda un mensaje sobre la naturaleza adversarial del litigante. En efecto, nos habla de la indeterminación del abogado, ya que su trabajo consiste en representar intereses ajenos. Siempre en oposición a una parte contraria, sin puntos grises.
El abogado se especializa en la disputa (es un picapleitos), en extremar posiciones y defender parcialmente a alguien; de ahí, que su terno lleve dos colores contrarios y absolutos: como signo de su capacidad camaleónica de defender una tesis y su antítesis con la misma fuerza. De ahí también que debamos desconfiar en alguien especializado en la disputa, toda vez que ella sólo conviene a aquel contratado para pelear6.
El abogado es fungible
Así las cosas, se muestra a los abogados como seres totalmente fungibles y por tanto carentes de humanidad. Si vamos más lejos, vemos que los decrépitos abogados de negro representan a tres entidades (el partido conservador, el partidor liberal y la compañía bananera) con fines diametralmente distintos, por tanto, están bajo las órdenes de ideas contrarias y contradictorias; esto nos dice que no tienen valores propios ni perspectivas. De esta manera, su fungibilidad resulta ser también axiológica, son vacíos de pecho, y por esa razón, están inhabilitados en su profesión para tener sentimientos, pasiones propias. Radicalmente, queda decir que están del lado del dinero, se relacionan sólo con estructuras de poder que permitan brindárselos. En definitiva, al representar intereses ajenos, resulta esperable que los abogados se vuelvan inescrupulosos.
La misma fungibilidad hace que los decrépitos abogados de negro sean entes indiferenciados, no tienen necesidad de individualidad, porque sencillamente cumplen una función que cualquier otro (abogado) puede cumplir, los llamamos genéricamente “abogados“ y en Cien Años De Soledad simplemente aparecen y se van, son segundones de planes ajenas, no realizadores de vida propia. Recordando la frase de Pedro Páramo supra, digamos también que esto de ser segundón de grandes empresas de poder hace a nuestros personajes aún mas detestables porque uno puede preguntar ¿si es que ellos conocen el lenguaje del poder, por qué son otros los que los utilizan para sus fines, por qué no son ellos los que lo toman para sí?; pues la respuesta es simple: es más fácil no arriesgarse, y es más eficiente estar siempre en el lugar correcto donde recoger todas las migajas.
Engañosas Conclusiones
Hemos recogidos sendos materiales. García Márquez ha dibujado con prístina exactitud lo que es y lo que hace el abogado. Las características recogidas en este texto nos permiten entender de mejor forma el desdén y el sino terrible del abogado. Tal vez, hemos llevado al extremo algunas de sus características, pero no debemos engañarnos, no se ha dicho nada que en la realidad no ocurra.
Sin embargo, más allá de caracterizar de mejor forma y con más elegancia esta caricatura recurrente, creo no haber dado todavía ninguna razón suficiente que justifique todo lo expuesto como para responder porqué el abogado “sufre siendo lo que es” (para sufrir se requiere algo que haga posible el dolor, y hasta el momento éste no ha sido el caso). Algo sí se ha esbozado, pero se ha hecho en desmedro de la humanidad del abogado, del ser humano detrás de ese personaje, ese que ejerce en el día a día su profesión, nos hemos olvidado de esa persona para quien el terno es un sarcófago y el maletín, un yunque. Nos toca hablar, para finalizar este ensayo, de esa persona.